La Hermana Clarisa Ana Isabel Salguero se consagró definitivamente a Dios el día del Pilar en el Convento de Santa Ana de Madridejos (Toledo). Ahora hace balance del paso más importante de su vida que le abre a un amor inmenso para toda la eternidad. Un amor que nos regala a todos con su maternidad espiritual.
–¿Qué significó dar este paso tan importante en tu vida y hacer tu profesión solemne?
– Todos los pasos en el proceso formativo son importantes. El crecimiento como persona, en la relación con el Señor y en el conocimiento de su Palabra, todo aprendizaje en la vida religiosa van significando muchísimo cuando deseas entregar tu vida al Señor como respuesta a una vocación concreta. Llegar a este momento ha sido de las gracias más grandes recibidas, que se traduce en ese sentimiento de no ser nada, de sentirte más habitada que nunca, de una pertenencia abismal a Quien has deseado desde siempre… Abre el paso a un amor inmenso por toda la eternidad. Repito mucho durante estos días, que volvería a repetirlo mil veces, mil veces más. Es un gozo muy grande sentirme Iglesia, Iglesia viva de Cristo, llamada a un carisma de contemplación que me brinda la oportunidad de ser madre de sus miembros vacilantes. Mi Profesión Solemne comienza aquí, en este anhelo de recorrer el verdadero Camino desde mi ser esposa, hermana y madre, porque verdaderamente Cristo merece que se le entregue todo en una Iglesia que es libre, bella y grande.
–¿Cómo te sentiste en el momento de pronunciar tus votos? ¿Hubo algún instante que te conmoviera especialmente?
Ese momento fue maravilloso, uno de los más intensos. Ese Sí quiero rotundo, firme, que te unifica con Quien tanto ansias vivir para siempre y que se ratifica con la fórmula de la Profesión, donde prometes vivir con tus hermanas en un estilo de vida fraterno, sin propio, en obediencia y castidad en un carisma precioso dentro de la Iglesia. Es algo muy fuerte que penetra el corazón. Hubo dos momentos que me impactaron muchísimo, lo describiría como algo mágico por todo su conjunto. El canto de las letanías de los santos, el momento en el que toda la Iglesia intercede por mí de rodillas mientras me postro en tierra sintiendo mi pobreza y pequeñez. ¡Entendí tantas cosas en ese momento! Poco a poco iba dejando los nervios y de repente, un abandono brutal se apoderó de todo mi ser, repitiendo sin cesar: “Te quiero, te quiero… “ Me sentí habitada, amada como nunca jamás, y pude ver mi propia historia como una estrella fugaz. ¡¡Aun se me pone la piel de gallina! Ese momento lo guardaré para siempre. Y por último y no menos conmovedor, la imagen de mi madre, una mujer increíble que, en el momento de las ofrendas, ofrece para siempre a su hija a un Dios amor. Me agarraba fuerte del brazo y bajito me decía: “Siempre estaré contigo”.
– ¿Cuáles son los compromisos más importantes que asumes a partir de ahora?
– Más que “compromisos” diría que es un solo compromiso vivido con Jesucristo desde una alianza eterna movida por el amor, que me compromete a vivir como Él los consejos evangélicos en el día a día de la vida cotidiana, en la liturgia, en las relaciones fraternas, en las tareas asignadas para el orden y bien de la comunidad y de la Iglesia. El compromiso de no pertenecerme, de ser para Dios y para los demás.
– ¿Qué rol ha tenido tu comunidad y tus seres queridos en este camino hacia tu profesión solemne?
– Mi comunidad ha sido mi pilar, mi referente, mi estímulo y ejemplo para reconocer y vivir la vocación que Dios me ha regalado desde el carisma de Francisco y Clara de Asís. Han tenido el rol de ser sostenedoras de este miembro vacilante, de esta hermana pobre que desea vivir como ellas. Su vida alegre y orante, entregada y fraterna me inspira cada día. Mi familia ha tenido la difícil tarea de aceptar y acoger los designios de Dios para con su hija y hermana. Ahora son felices viéndome que soy feliz y que mi vida tiene pleno sentido.
– ¿Hay algún momento de tu vida previa que consideres decisivo en tu vocación? ¿Qué te llevo a tomar esta decisión?
Mi vida ha estado marcada por la presencia de Dios siempre. Ya desde pequeña y en mi vida de estudiante he destacado por esa cosilla especial ante las cosas de Dios. Nunca imaginé que terminaría en la vida religiosa, pero tampoco me impactó porque el deseo de algo “grande”, de vivir un amor más grande, me habitaba. Los diferentes momentos de mi proceso vocacional en los que he vivido mi fe cada vez con mayor compromiso, han ido trabajando mi interior, y me han posibilitado dar respuesta a una inquietud muy grande que no se me quitaba de la cabeza. Mi trabajo dedicado a los ancianos pobres, mis horas de oración junto a mis Hermanas de la Cruz, tantos momentos vividos… fueron marcando una respuesta decidida a dar la vida por Alguien Grande e ir saciando vacíos, dejando tristezas para acoger la vida que Dios me regalaba, una vida más plena. De los muchos años que he hecho Ejercicios Espirituales anuales, dos de ellos marcaron un antes y un después, y me hicieron percibir con mayor claridad la voluntad de Dios sobre mi vida, que el Señor me llamaba a consagrarle toda mi vida en la vida religiosa.
– ¿Qué aspectos de tu formación y preparación te han impactado más en este proceso?
El conocimiento de mí misma, y a la par el conocimiento de la Palabra de Dios, el profundizar en la grandeza de la vida cotidiana, y el conocer maravillada la vida franciscana clariana en todo su conjunto. Nuestra vida es como una perla preciosa, un tesoro escondido, un faro que irradia luz al mundo. Francisco y Clara son dos lumbreras que iluminan la vida del mundo… Están ahí para que nos acerquemos a su luz, como otros tantos santos, pero que invito a descubrir y conocer porque nos pueden iluminar a todos. Hay libros que para mi son joyas, entre ellos, “Sabiduría de un pobre” que os recomiendo.
–¿Hay algo que desees agradecer de una manera especial a Dios, a tus hermanas o a alguien en particular en este momento tan significativo?
-Dios es mi vida, con lo cual, Todo, a Él toda la gloria y toda mi gratitud. A mis hermanas el don de la acogida, la aceptación de una joven, con todo lo que hoy en día llevamos la juventud. Sin mis hermanas no seria la que hoy soy y sin ellas no tendría sentido este camino de santidad, entrega y sacrificio. Cuando caigo, ellas me levantan con su capacidad de amar y el don tan precioso que nos caracteriza viviendo la fraternidad. Hay muchas almas santas que han ido marcando e instruyendo mi vida y mi vocación. No podría mencionarlas porque me emociono… Las llevo en los pliegues de mi corazón.
-¿Cómo visualizas tu vida en el convento de Santa Clara de Madridejos después de este compromiso?
– Vivo con paz y en paz, abandonada a los designios de Dios. Quiero y deseo vivir de su Providencia y dejar que EÉ me vaya marcando el día a día. Yo solo pido serle fiel a este compromiso que desde ahora quiero y asumo con mayor responsabilidad. Tengo muy claro que mi vida es de Dios y desde ahí, para el mundo entero.