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Los monasterios necesitan ayuda

Fundación DeClausura muestra la belleza de una vida de oración y entrega a los demás y anima en Cuaresma a dar limosna a las comunidades monásticas zarandeadas por la pandemia.

Luz, gas, agua, alimentos… Como cualquier familia, las comunidades contemplativas intentan hacer frente a la subida de los precios energéticos y de la lista básica de la compra. Muchas de ellas no llegan a fin de mes. Su actividad productiva continúa muy afectada por la pandemia que ha agravado la situación vital de monasterios y conventos.

Tras sus tapias conviven monjas o monjes de muy diferentes edades. Juntos forman una familia que ora por toda la humanidad una media de siete horas al día, que trabaja para alimentarse y mantener su casa, y que se ama en el servicio cotidiano.

En estos hogares de Dios, los mayores y enfermos reciben un excelente cuidado, la cocina es elaborada con calma y las tareas del hogar se realizan como entrega a los hermanos.

Sor María de las Mercedes, Clarisa de Carrión de los Condes, sirve con amor a sus hermanas en el día a día. Foto: Fundación DeClausura

Ora et labora

El estilo de vida monástico ha sido sostenible a la largo de las siglos gracias al trabajo artesano y al voto de pobreza. “Son verdaderos monjes cuando viven del trabajo de sus propias manos”, dice San Benito en el capítulo 48 de su Regla. Así, obradores y talleres han estado operativos durante siglos para obtener una producción que se vendía a través del torno.

Pero la falta de vocaciones, la despoblación de las zonas rurales en las que se encuentran y estos dos últimos años de pandemia han zarandeado a muchas comunidades que intentan a duras penas seguir viviendo de su trabajo y pagar las costosas obras que requieren la conservación de los monasterios y conventos en los que habitan.

En estos años de pandemia las comunidades contemplativas han sufrido la muerte de hermanas y hermanos, unos por edad y otros a causa de la Covid-19; la parálisis de su actividad productiva durante el confinamiento; la falta de huéspedes y la escasez de ventas de sus productos a causa de la crisis socio-económica y de su situación geográfica en un entorno rural afectado también por la crisis del turismo. Las cuentas no salen con menos ingresos y cuotas a la Seguridad Social a pagar.

“Durante este último año, la realidad de la pandemia mundial, ha cambiado nuestras vidas y ritmos comunitarios. Así como nuestras realidades numéricas y de fuerzas. Pero a pesar de ello y con ello, queremos ver gracia en medio del dolor y nuevos horizontes.”

Sor María Rocío Aguado Esteban, Madre Abadesa de las Hermanas Clarisas del Convento del Corpus Christi de Segovia.

Sor Dominga Martín. Ropera del Convento de Santa Clara de Carrión de los Condes (Palencia). Foto: Fundación DeClausura

Una monja nunca se jubila

Un 90% de los 751 monasterios de clausura activos en España es habitado por mujeres.

Las hermanas mayores son ejemplo de amor al prójimo. Sor Dominga Martín Martín, a sus 88 años, sigue siendo la ropera del Convento de Santa Clara de Carrión de los Condes (Palencia). A día de hoy trabaja cada día en el arreglo y cuidado de los hábitos de sus hermanas.

Lo mismo sucede con Sor María Isabel Pérez Villasur, que durante décadas estuvo al frente de las cocinas del convento. Hoy, a sus 83 años y con medio cuerpo paralizado por un ictus, solicita a su madre abadesa encomendarle cualquier trabajo que pueda realizar.

Sor María Micaela Velón, la abadesa de esta comunidad de Hermanas Clarisas, la ha nombrado campanera. Este cargo ha requerido un pequeño cambio en el convento: habilitar la cuerda para que Sor María Isabel pueda tomarla para llamar a sus hermanas a la oración con el toque de la campana.

Una actitud que vuelve a conectar con el capítulo 48 de la regla de San Benito:

“A los hermanos enfermos se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote o les haga desistir”. (RSB 48,24)

A sus 83 años y con medio cuerpo paralizado por el ictus que sufrió en 2017, Sor María Isabel Pérez Villasur trabaja en la cocina y como campanera del Monasterio de Santa Clara de Carrión de los Condes. Foto: Fundación DeClausura

Sin ánimo de desistir, Sor María Isabel Pérez Villasur acude cada mañana a su cocina y ejerce ahora de pinche. Con su mano paralizada sujeta las patatas y con la otra, las corta.

La pobreza en clausura

La madre Micaela asegura que las comunidades contemplativas necesitan acudir desde hace décadas al banco de alimentos para cubrir sus necesidades alimentarias básicas. Y aunque afirma que, en España, las monjas y monjes de Clausura “no se van a morir de hambre, carecen de los nutrientes propios de una alimentación saludable”.

Conocedoras de la realidad de algunas comunidades, es habitual que unas monjas ayuden a otras. “Si tenemos, damos y si no tenemos, acudimos a la mesa del Señor. Y el Señor nunca nos ha fallado”, asegura Sor María Micaela en esta campaña de la Fundación DeClausura difundida para recaudar donativos con intención de ayudar a las comunidades contemplativas. (www.declausura.org/donativos).

 “Cuando unas monjas de clausura piden ayuda es porque realmente la necesitan”.
Sor María Micaela Velón, Madre Abadesa.

monjas rezando
Las monjas contemplativas oran por toda la humanidad una media de siete horas al día. Foto: Fundación DeClausura

Necesidades

“Sin embargo, también es habitual encontrarse con comunidades que necesitan ayuda y no la piden”, asegura Cecilia Cózar, en contacto habitual con ellas en nombre de la Fundación DeClausura, una entidad sin ánimo de lucro gestionada por laicos de la Iglesia que apoya desde 2006 a monasterios y conventos.

Este acompañamiento permite a la Fundación conocer la situación real de las comunidades que oran y trabajan en clausura. Un conocimiento imprescindible para poder decidir a quienes destinar la cantidad total de la ayuda económica recaudada, teniendo en cuenta sus necesidades urgentes de los monasterios y conventos y las consecuencias de la crisis socio-económica y sanitaria.

En el último año, la Fundación ha apoyado a 73 comunidades al asumir los gastos corrientes de electricidad, gas, calefacción, mantenimiento y manutención; el pago de deudas a la Seguridad Social; o gastos de entierro, no tan extraordinarios teniendo en cuenta la edad media de las comunidades y la situación sanitaria.

Además, no son pocos los trabajos realizados en favor del bienestar de las hermanas y hermanos mayores: reparación de ascensores, instalación de rampas o grúa para facilitar su movilización.

Por supuesto, la Fundación también lucha por conservar los edificios en los que habitan estas comunidades, muchos de ellos con siglos de historia y catalogados como Bien de Interés Cultural: reparaciones en la iglesia, en el coro, en la enfermería, en un monasterio que sufrió un incendio; gastos de obras, reformas y acondicionamiento; reparación de tejados con goteras, termitas y/o humedades.

Y por último, la Fundación apoya el esfuerzo y las iniciativas puestas en marcha por las comunidades para seguir viviendo de su trabajo artesano a través de la compra de maquinaria, equipamientos y utensilios: una batidora, un fregadero, un gallinero, una máquina de coser, otra para hacer formas, productos frescos, equipos informáticos…

Conservemos este tesoro

España alberga 751 cenobios con comunidad contemplativa activa, lo que representa un tercio de los monasterios y conventos del mundo. En ellos habitan a día de hoy órdenes muy diversas que conservan un valioso Patrimonio Cultural Inmaterial relacionado con su estilo de vida que merece la pena estudiar, conservar y dar a conocer.

En cuanto a los monasterios y conventos catalogados como Bien de Interés Cultural (BIC), tan solo un 33% está siendo habitado por comunidades contemplativas. En total, son 183. De los 565 BIC construidos en su día para la vida en clausura, 355 se emplean ahora como hoteles, universidades o tienen otro uso privado.

Esperanzador es saber que las joyas monásticas declaradas Patrimonio de la Humanidad son habitadas por comunidades monásticas estables: los monasterios de Yuso y Suso en San Millán de la Cogolla; y los de Guadalupe, El Escorial y Poblet.

 

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