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Cirtencienses de Común Observancia

HISTORIA

El movimiento monástico Cisterciense nace en Francia a comienzos del siglo XI (1098), cuando un grupo de monjes del monasterio Cluniacense de Molesmes, abandona su comunidad para formar una nueva, en la localidad de Citeaux (Cister); es entonces cuando el abad Roberto, pretende restaurar la estricta Regla de San Benito de Nursia, que en el año 545 había fundado la orden de los Benedictinos.

La nueva orden se basa en los principios de abandonar todo signo externo de riqueza y en el propio trabajo para conseguir su subsistencia, será el famoso “ora et labora” que distinguirá a los monjes del Cister.

Cuando el abad Roberto es obligado por el Papa a regresar a su comunidad, será su sucesor, Alberico, el que consiga el reconocimiento de la orden por el Papa Pascual II.

El tercer abad fue san Esteban Harding que continuó la obra emprendida años antes dotando al Císter de una regla propia llamada la Carta Charitatis que enuncia su propósito de volver a los orígenes de austeridad de la primitiva Orden Benedictina.

Pero no sería hasta la aparición en escena de la figura de San Bernardo cuando el Císter comienza su imparable desarrollo durante el siglo XII.

Bernardo de Claraval fue una de las primeras personalidades de la Europa del siglo XII y principal protagonista en el desarrollo de la Orden del Císter en toda Europa llevándola a su máxima expansión, con un total de 343 monasterios fundados en toda Europa.

Como consecuencia de la imparable actividad de San Bernardo, los monjes cistercienses relevaron a los cluniacenses en la influencia sobre la sociedad y la Iglesia del siglo XII, ocupando sus más altos cargos y dignidades y ejerciendo su influencia sobre el poder civil.

Los monasterios del Císter

Los monasterios del Císter se situaban en zonas yermas o inhóspitas pero con abundancia de agua. Normalmente el sitio elegido era un lugar boscoso y aislado por montañas.

Eran los propios monjes o laicos que trabajaban para ellos quienes roturaban y cultivaban estas tierras.

La razón básica de esta ubicación era obtener el necesario aislamiento del mundo laico.

Esta gran cualidad colonizadora y “civilizadora” de los cistercienses será especialmente útil en el solar hispano del siglo XII y comienzos del XIII, en el contexto de la secular pugna entre cristianos y musulmanes.

Hay que tener en cuenta que más allá de los hechos de armas, la verdadera “victoria” y presión sobre el rival musulmán se llevaba a cabo mediante la repoblación de amplios territorios yermos. En ese empeño trabajaron pertinazmente los reyes cristianos durante los primeros siglos de la reconquista.

Esta tarea de repoblación se desarrollaba en zonas no muy alejadas del enemigo y contaba con el riesgo de acabar con la propia vida de los repobladores.

Por eso, Alfonso VII y Alfonso VIII emplearon a los sacrificados monjes blancos del Císter como avanzadilla durante décadas ocupando espacios de difícil defensa.

Como hecho ilustrativo, la histórica Orden de Calatrava nació a partir de unos pocos monjes cistercienses que fueron los únicos que se arriesgaron en defender la fortaleza de Calatrava la Vieja ante la amenaza de los almohades que había, incluso, amedrentado a los caballeros templarios que decidieron abandonarla.

En esta misma línea, las órdenes militares españolas, vanguardia de su cruzada contra los almohades, se acogieron a la regla cisterciense.

La principal razón del mal estado -incluso la ruina avanzada- en que se encuentran bastantes conjuntos monásticos cistercienses es, precisamente, su alejada ubicación de núcleos urbanos. Tras la desamortización de Mendizábal del siglo XIX estos monasterios quedaron abandonados o acabaron en manos particulares que rara vez pudieron o quisieron mantenerlos.

ORGANIZACIÓN DEL MONASTERIO

Todos los monasterios cistercienses se organizan de manera muy similar; todos están dirigidos por un abad, que es el encargado de ordenar la vida de la comunidad, es elegido por los monjes y será el que represente a la comunidad en las reuniones generales de la orden (capitulo general).

El abad está auxiliado por el prior que es nombrado por el abad, y es el primero (prior) de los monjes.

El tesorero, es el encargado de llevar las cuentas de la abadía.

El cillero, es el responsable del almacén de alimentos (cilla).

El sacristán es el encargado de la realización de las actividades del culto y es el que llama a la oración.

El hospedero, adjunto al cillero, es el encargado de acoger y atender a los huéspedes.

Durante los rezos del día el chantre dirigirá el coro de los monjes y dirigirá las procesiones y en caso de no existir bibliotecario, se encargará de la custodia de los libros.

El portero es el que guarda la entrada de la abadía.

Completará la plantilla el enfermero encargado de la atención a los enfermos y de elaborar las fórmulas con las plantas medicinales.

ESTILO DE VIDA

La vida del monje del Cister se basa en el retiro y la pobreza para llegar a través de la oración, a la comunión con Dios.

Las abadías cistercienses se ponen bajo la advocación de la Virgen, a la que profesan una devoción especial.

La comunidad monástica vive en régimen de autarquía, fuera de las costumbres y modas de la época, rechazando los beneficios eclesiásticos, aunque con el paso del tiempo, los abades del cister llegaron a tener una gran influencia dentro de la iglesia, incluso llegando alguno de ellos al papado (Eugenio III).

La entrada en el monasterio se produce como novicio, que es dirigido en el aprendizaje por algún monje anciano, conviviendo juntos dentro del monasterio los monjes y los novicios, excepto en las reuniones del capítulo cuando los monjes entrarán en la sala capitular y tomarán asiento en torno al abad, quedando los novicios en el exterior, asistiendo a la reunión a través de las ventanas, pero sin poder participar en ál.

Al término del noviciado, pronuncia solemnemente delante del abad y la comunidad, los votos de estabilidad, obediencia y conversión de costumbres, tras lo que se convierte en monje profeso.

Tendrá como único vestido una túnica de color crudo, que es la que dará a los cistercienses el sobrenombre de “monjes blancos”; estará sometido a la regla de San Benito y vivirá en silencio.

La jornada estará marcada por la liturgia de las horas, y el resto del tiempo lo dedica a la lectura de textos sagrados y al trabajo manual.

Una particularidad de los cistercienses es la reunión diaria del capítulo conventual, donde tras la lectura y comentario de algún capítulo de la regla, se produce la confesión pública de las culpas.

El monje no puede vivir fuera de la clausura, no puede desplazarse a las granjas.

LA JORNADA

La oración litúrgica vertebra la jornada de principio a fin, desde Vigilias hasta Completas, en siete momentos, conforme a las palabras de la Escritura: “Siete veces al día te alabo” (Salmo 118).

Toda la liturgia se desarrolla en la iglesia y está abierta a asistentes.

Las Vigilias -u Oficio de lecturas- tienen siempre un carácter nocturno y se han de celebrar siempre antes de la salida del sol.

Los Laudes y las Vísperas de denominan Horas mayores y tienen una duración de una media hora. Ambas están vinculadas al recuerdo de la muerte y la resurrección de Cristo y constituyen el doble eje de la oración litúrgica diaria. La aurora y el ocaso del sol son momentos típicos de oración de todos los pueblos. Así era en Israel, así sigue siendo en la Iglesia.

Los Laudes son la principal oración de la mañana, y se cantan unidos con la Eucaristía. Por coincidir con el surgir del sol y la alegre belleza de la aurora, tienen carácter exultante y evocan la liberación de Cristo resucitado

Las Vísperas, al final de la tarde, tiene el sentido sacrificio vespertino de alabanza y acción de gracias por el don de la luz física y espiritual, y por los demás dones de la creación y la redención. La tarde es tiempo propicio para considerar ante Dios la jornada transcurrida, para dar gracias por lo que se nos ha dado o lo que hemos realizado con rectitud, para pedir perdón por el mal que hayamos cometido.

Tercia, Sexta y Nona se denominan Horas menores y su nombre procede del horario romano:

– Tercia era la tercera hora desde la salida del sol, hacia las 9 o las 10 y se relacionaba con el momento de la crucifixión de Jesús.

– La hora Sexta coincidía con el medio día y se relacionaba con las palabras dichas en la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

– La hora Nona, por su parte, se relacionaba con el momento de la muerte de Cristo. Son oficios muy breves, de unos diez minutos, colocados uno al comienzo del trabajo matutino, otro antes de comer y otro al comienzo del trabajo de la tarde.

En la época de San Benito las horas menores no exigían la interrupción del trabajo manual ni la reunión de los monjes en la Iglesia, sino que las rezaban en el mismo lugar del trabajo interrumpiendo un momento la labor. Salvo excepciones, en los monasterios actuales tienen siempre lugar en la Iglesia.

Completas es como el complemento de Vísperas y el final del oficio divino, como preparación de la noche, antes de irse a acostar. Las oraciones y salmos que la componen se inspiran en tal idea y recomiendan la confianza en la protección del Señor y de la vigilancia para huir de los ataques del demonio. Esta hora recuerda la agonía de Jesús y su sepultura.

Y al final de Completas, todos los días se canta la antigua antífona mariana Salve Regina, según la versión cisterciense.