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Dominicas Contemplativas

HISTORIA

En 1206 Santo Domingo reunió a algunas jóvenes mujeres que él había convertido y había rescatado de los cátaros en la comunidad de la iglesia de Santa. María de Prouilhe.

Esta primera fundación de hermanas contemplativas dominicas todavía atrae a mujeres para vivir como Jordán de Sajonia describe en el siglo trece: “estas servidoras de Dios siguen ofreciendo una adoración agradable a su Creador, en la santidad de su vida y en la pureza de su candor – una vida que es conducente a la salvación para ellas, un ejemplo para los otros, una alegría para los ángeles, y un goce para Dios.”

El padre Chenu solía decir que hay dos puertas a través de las cuales una persona se incorpora la Orden: la llamada a la vida contemplativa y la llamada a la vida apostólica. Esto es verdad incluso para las monjas.

Algunas eligen el monasterio para orar, en busca de la pureza de corazón y centrándose totalmente en el misterio de Dios. A medida que siguen el camino de Santo Domingo, experimentan la misericordia y la capacidad de intercesión de Dios hacía su pueblo amado.

Otras desean servir a sus prójimos, hombres y mujeres, conduciéndoles a los senderos de la fe. Descubren que uno de los mejores medios de llevar a cabo este ideal es ofrecerse totalmente mediante la oración y el silencio, y no a través de cualquier trabajo, sólo el “trabajo” de “creer en Aquel al que el Padre ha enviado.”

La vocación de las monjas las coloca en el corazón de la Orden. Este fue el deseo de Santo Domingo para acentuar de manera especial la gracia de la contemplación, que es la misma fuente de la vida apostólica itinerante que el inició. Solidariamente con la misión de sus hermanos de predicación y con la familia dominicana, las monjas, mediante su oración, acompañan “la Palabra que no vuelve a Dios sino tras lograr aquello para lo que fue enviada.”

Esta contemplación tiene su raíz en el silencio y en la oración litúrgica, en el día a día vivido en común, pero también en la meditación y el estudio asiduo de la Palabra de Dios. Algunos monasterios dominicos están directamente bajo la dirección del Maestro de la Orden, otros están bajo la dirección de una Provincia, y otros bajo un obispo local.

LA VIDA CONTEMPLATIVA DOMINICANA

La vida contemplativa dominicana, surge por iniciativa de Santo Domingo de Guzmán, fruto de su corazón orante, quien en el año 1206 reúne en el Monasterio de Sta. María de Prulla a un grupo de mujeres conversas, cuyo deseo es ser “una con Cristo”, dedicándose enteramente a la oración y la penitencia. Es así como Domingo asienta su Orden sobre el pilar de la contemplación.

Las monjas fueron el primer signo de la misión que Santo Domingo quería dar a la Orden Dominicana. Sabía que quien ha recibido la gracia de silenciarse en lo profundo de su ser para dejar que el espíritu clame y hable, a la vez que alaba al Señor, evangeliza con la sencillez de la oración.

Establecía sus “casas de predicación” en la ciudad porque “la luz es para compartirla”.

Convencido de la necesidad y del poder de la oración, confió a las monjas el objetivo de evangelizar desde sus monasterios. Las exhortaba a una vida santa llevando un estilo de vida distinto al que la gente de aquella época estaba acostumbrada a ver en la Iglesia, dando así un fuerte testimonio del seguimiento de Cristo y les enseñaba a hablar a Dios de los hombres para que ellas pudiesen hablar a los hombres de Dios.

Las invitaba a ser Luz del mundo y Sal de la tierra. No solo rezar, sino también que nuestros monasterios sean corazones acogedores de los sufrimientos y alegrías de aquellos que atraviesan sus puertas.

ESPIRITUALIDAD

La Orden de Predicadores supuso, en el momento histórico de su fundación por Santo Domingo de Guzmán, una novedad radical, una ruptura con la tradición monacal de la Iglesia.

Los nuevos “frailes predicadores” nacen para predicación de la palabra de Dios y la salvación de las almas. Desde el principio son enviados a todos los hombres, grupos y pueblos, a los creyentes y no creyentes y, sobre todo, a los pobres.

Este objetivo esencial determinará el cuadro de valores que configuran la vida y el carisma de los predicadores. Ya el Papa Honorio III expresó el ideal de la Orden escribiendo a Domingo estas palabras: “Aquel que incesantemente fecunda la Iglesia con nuevos hijos, queriendo asemejar los tiempos actuales a los primitivos y propagar la fe católica, os inspiró el piadoso propósito de abrazar la pobreza y profesar la vida regular para consagraros a la predicación de la palabra de Dios, propagando por el mundo el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (carta a Santo Domingo de fecha 18 de enero de 1221).

En 1206 Santo Domingo reunió a algunas jóvenes mujeres que él había convertido y había rescatado de los cátaros en la comunidad de la iglesia de Santa María de Prouilhe. Esta primera fundación de hermanas contemplativas dominicas todavía atrae a mujeres para vivir como Jordán de Sajonia describe en el siglo trece: “estas servidoras de Dios siguen ofreciendo una adoración agradable a su Creador, en la santidad de su vida y en la pureza de su candor – una vida que es conducente a la salvación para ellas, un ejemplo para los otros, una alegría para los ángeles, y un goce para Dios.”

La vocación de las monjas las coloca en el corazón de la Orden. Este fue el deseo de Santo Domingo para acentuar de manera especial la gracia de la contemplación, que es la misma fuente de la vida apostólica itinerante que el inició. Solidariamente con la misión de sus hermanos de predicación y con la familia dominicana, las monjas, mediante su oración, acompañan “la Palabra que no vuelve a Dios sino tras lograr aquello para lo que fue enviada.

Esta contemplación tiene su raíz en el silencio y en la oración litúrgica, en el día a día vivido en común, pero también en la meditación y el estudio asiduo de la Palabra de Dios.

Algunos monasterios dominicos están directamente bajo la dirección del Maestro de la Orden, otros están bajo la dirección de una Provincia, y otros bajo un obispo local.

Contemplación y evangelización

En estas dos palabras se puede sintetizar el carisma de los miembros de la Orden de Predicadores.

La contemplación desde el estudio de la verdad: Dios es la luz y fuente del estudio de los dominicos que, atentos a la tradición viva de la Iglesia, dialogan con los sabios y vive abierto a todos los problemas contemporáneos.

La misión de las monjas dominicas es: “Buscar a Jesucristo en el silencio, pensar en él e invocarlo, de tal manera que la palabra que sale de la boca de Dios no vuelva a El vacía, sino que fructifique en aquellos a quienes ha sido enviada”.

Anuncian el Evangelio de Dios con el ejemplo de sus vidas. “creciendo en caridad en medio de la Iglesia, extienden el pueblo de Dios con misteriosa fecundidad y anuncian proféticamente, con su vida escondida, que Cristo es la única bienaventuranza, al presente por la gracia y en el futuro por la gloria”.

Una monja dominica es una mujer que ama a Dios y le habla a Dios de la humanidad, alguien que eleva el clamor de tantos millones de personas hasta el trono de la gracia.

LA LITURGIA Y LA ORACIÓN PRIVADA

La contemplación de las cosas divinas se realiza primordialmente en las celebraciones litúrgicas y en la lectura divina, pero también en la oración personal privada.

Ambas formas de contemplación preparan a la misión fundamental y fundacional: la predicación del Evangelio para la salvación de los hombres por el conocimiento de Jesucristo el Señor.

La misión es “la entrega a la evangelización total de la Palabra de Dios”. Para realizarla conforme al espíritu dominicano han de buscar continuamente los “nuevos lugares de evangelización”.

LA VIDA COMÚN

“Mirando a las primeras hermanas que el Bienaventurado Domingo estableció en el Monasterio de Prulla, en el centro de su “Santa Predicación”, las monjas, viviendo unánimes en casa, imitan a Jesús, que se retiraba al desierto para orar. De esta forma son un signo de la Jerusalén celeste que los frailes construyen con su predicación. Efectivamente, las hermanas en la clausura se consagran completamente a Dios, y, al mismo tiempo, perpetúan el carisma especial que el Bienaventurado Padre Domingo tuvo para con los pecadores, los pobres y los afligidos, llevándolos en el sagrario íntimo de su compasión”

(Libro de las Constituciones de las Monjas Dominicas 35, I; Libellus de Jordán de Sajonia, 12).

Viviendo el carisma particular de Santo Domingo, en el corazón de la Iglesia, las monjas descubren que la contemplación dominicana está siempre impregnada de esta dimensión apostólica, porque el Dios que Domingo encuentra en el santuario íntimo de su compasión, es el Padre de misericordia y el Dios de compasión.

Vivir en la clausura la vida contemplativa dominicana y dedicarse completamente a Dios en el silencio, la penitencia, la oración y el amor mutuo, nunca podrá significar separarse completamente del mundo, porque comportaría descuidar la otra dimensión que honra la contemplación verdaderamente dominicana: “perpetuando aquella gracia singular que tenía el Bienaventurado Padre por los pecadores, los pobres y los afligidos, que llevaba siempre en el santuario íntimo de su compasión”.

“Por tanto, toda la vida de las monjas se ordena a conservar concordemente el recuerdo de Dios. En la celebración de la Eucaristía y del Oficio Divino, en la lectura y meditación de los libros sagrados, en la oración privada, en las vigilias y en toda su intercesión, procuren sentir lo mismo que Cristo Jesús. En la quietud y en el silencio, busquen asiduamente el rostro del Señor y no dejen de interpelar al Dios de nuestra salvación para que todos los hombres se salven. Den gracias a Dios Padre que las llamó de las tinieblas a su luz admirable. Fijen en su corazón a Cristo, que por todos nosotros fue fijado en la Cruz. Practicando todo esto son realmente monjas de la Orden de Predicadores” (LCM 74, 4).

EL ESTUDIO

“Porque el estudio, parte genuina de la observancia de la Orden, recomendado ciertamente por el bienaventurado Domingo a las primeras hermanas, no sólo nutre la contemplación, sino que favorece el cumplimiento de los consejos evangélicos”.

El estudio y la contemplación tienden a un único fin: el conocimiento del Dios revelado en y por Jesucristo, presente en el mundo de hoy y en lo profundo de nuestro corazón. En este conocimiento, o más bien familiaridad, no se puede progresar sin el estudio.

Sin duda alguna, el estudio forma parte de los valores y elementos fundamentales de los cuales está constituida la vida dominicana. El fin del estudio no es la erudición, sino una vida más conforme al Evangelio.

El estudio y la contemplación, como también la predicación, son expresiones diversas pero complementarias, de una sola e idéntica pasión: con todas las fuerzas creadoras confiadas a cada uno, con la inteligencia y el corazón, nos esforzamos en comprender. Y deseamos comprender para amar en verdad.

EL TRABAJO

En la vida contemplativa oración y trabajo van a la par. Así, en el horario de cualquier monasterio nos encontramos con el mismo número de horas que se dedican a estos dos quehaceres, siendo aproximadamente de unas seis horas para la oración y otras tantas para el trabajo, distribuyéndose la oración a lo largo de toda la jornada, desde el amanecer hasta la hora de Completas y el trabajo en jornada de mañana y tarde.

Se puede decir que el lema benedictino Ora et Labora se vive en todas las órdenes religiosas.

Pero el trabajo en una comunidad monástica no es una carga, sino una respuesta a la consagración, es un medio de equilibrio para conservar la salud de alma y cuerpo y de esta manera cooperamos a la obra del Redentor.

El trabajo está subordinado a la contemplación y a todos los elementos que están más directamente dirigidos a ella, como son: liturgia, oración personal, lectura divina, estudio.

Sin olvidar la ascesis, por el esfuerzo que conlleva, y la pobreza que las hacen solidarias de la suerte de tantos hombres, sobre todo de los pobres.

Las características del trabajo dominicano son:

– Está subordinado a la contemplación.

– Comprende toda actividad, sea manual o intelectual; lo que también es reconocer los dones y ponerlos al servicio del bien común: “nos hace ejercitar las virtudes prácticas” (Sto. Tomás).

– Mantiene la salud del alma y del cuerpo y esto favorece el equilibrio.

– Debe permitir que la Palabra de Dios habite abundantemente en el Monasterio.

EL SILENCIO

El silencio en la Orden desde el principio es uno de los medios esenciales para vivir la vida de contemplación.

Es el silencio la defensa de toda observancia y contribuye de manera especial a la paz y a la contemplación.

El objetivo del silencio es para encontrarse con Dios y a la vez facilita el encuentro con si mismo.

ORACIÓN

La oración es un acto esencialmente religioso por el que se rinde a Dios verdadero culto, equivale a una profesión de fe, de adhesión, de unión a la persona de Cristo. Donde no hay fe no hay oración. La fe es la fuente de la oración, es también intérprete de la esperanza; se pide con devoción y ahinco lo que se quiere conseguir.

Es la oración de toda la Familia Dominicana: monjas contemplativas, frailes, religiosas, seglares, movimientos juveniles… todos en camino con Santo Domingo para hacer realidad aquellas palabras del Maestro: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las gentes”

LITURGIA

Si la Eucaristía es el corazón de la vida de las monjas, la Liturgia de las Horas, es como el pulso rítmico del cual depende todo lo demás.

las monjas se reúnen por la mañana para orar a Dios ya desde el inicio de un nuevo día, símbolo del renacimiento de la creación, de la luz y de la vida.

Igualmente, por la tarde se reúnen de nuevo para agradecer a Dios el día que está terminando con sus oportunidades, sus logros y fallos.

Estas dos horas litúrgicas, la oración de la mañana y de la tarde, Laudes y Vísperas, son el doble quicio, sobre los que gira toda la liturgia.

Durante el curso de la jornada, las monjas se reúnen otras tres veces, en las horas llamadas menores, para reclamar la presencia amorosa de Dios y para invocar su bendición en el transcurso del tiempo: a media mañana, a mediodía y a media tarde, lo que recuerda la antigua costumbre hebrea y primitiva cristiana de la oración de las nueve, las doce y las tres.

Además, durante el día o, según la tradición monástica, durante la noche, se celebra el Oficio de Lecturas, que incluye pasajes de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia.

También la oración de la noche, Completas, se recita en común antes que las monjas se entreguen al descanso nocturno, y lo más hermoso, culmina con el canto de la Salve, y el O lumen, porque toda la Orden se pone bajo el manto de María y la protección de Santo Domingo.

Por ser la Liturgia de las Horas la oración oficial de la Iglesia, las monjas, al celebrarla, están unidas no solo mutuamente, sino con el pueblo de Dios entero, en el cielo y en la Tierra.