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¿Qué sentido tiene que estas mujeres consagren su vida a la contemplación?

En la Profesión perpetua de su hermana, Sor Nazaret María (OSC) en el Monasterio de Santa Clara de Palma de Mallorca, el padre Juan Bausá respondió a estas preguntas: ¿Qué hacen estas mujeres encerradas en el silencio de un monasterio? ¿No es una contradicción? ¿Qué sentido tiene que estas mujeres consagren su vida a la contemplación? ¿No es egoísta? ¿Por qué la clausura? Nos regala su homilía.


Por P. Juan Bausá

«Cuando un silencio apacible lo envolvía todo, y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo…»

(Sab 18, 14-15).

No es un verso suelto. Este fragmento del libro de la Sabiduría encuentra su ajustado cumplimiento en el evangelio de Lucas:

«En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret…».

(Luc. 1, 26)

En un silencio apacible, en la discreta sobriedad de un rinconcito de este mundo nuestro, se lanzó desde el cielo el que es la Palabra omnipotente. De una vez y para siempre, sigue lanzándose desde el cielo esta Palabra, también hoy. En la vida, sor Nazaret, esto ocurrió durante el verano de 2016, en Cracovia: un interrogante fue como la llave que abría una puerta por donde iba a entrar el amor de tu vida. Solo hizo falta la valentía de fiarte y la docilidad para dejarte acompañar. Jesús pone ahora el sello definitivo a esta historia de amor. Con esta profesión solemne de votos perpetuos, la Madre Iglesia nos está señalando el misterio de la Encarnación de nuestro Señor como el lugar desde el que podemos comprender, con una renovada profundidad, la totalidad de nuestra vida, y en concreto, la altísima vocación a la que Sor Nazaret ha sido llamada, en un silencio tantas veces apacible, pero algunas otras atronador.

Hoy se abre un nuevo —y ahora perpetuo— horizonte para entender su propia identidad: en Nazaret el Verbo de Dios toma cuerpo, se hace carne. Los que han visitado Tierra Santa lo recordarán: en el frontal del altar de la basílica de la Anunciación está escrito «Verbum caro hic factum est». Aquí el Verbo se hizo carne. Es lo que sucede sobre el altar cada día en la Eucaristía. Pero ahora este «hic«, este «aquí» adquiere un relieve propio:

Aquí, en ti, Nazaret, Dios ha besado al mundo.

No cabe duda de que estamos viviendo un acontecimiento de gracia. Como explica Benedicto XVI: «Alegría y gracia van juntas». La Buena Noticia, el Evangelio, es don, es pura gratuidad, es Dios-que-se-da. Y la atmósfera propia del don no es otra que la alegría.

Profesión perpetua de Sor Nazaret en Santa Clara

Por eso, la propuesta de este fragmento del evangelio no responde simplemente a la devoción de una joven enamorada de Cristo. Tampoco es un mero detalle piadoso o ‘bonito’. La elección de estos textos se corresponde totalmente con la sabiduría contemplativa de la tradición franciscana, con el carisma especialísimo que el Señor concedió al mundo por mediación de san Francisco y santa Clara. En concreto este evangelio nos lleva directamente a contemplar lo que han descubierto estas benditas mujeres: «la obra suprema de Dios: el misterio de la Encarnación». (Cf. Constituciones de Nuestra Orden, 6. )

¿Qué hacen estas mujeres encerradas en el silencio de un monasterio?

Le preguntaban hace pocas semanas a un monje cisterciense, obispo de una diócesis del norte de Europa: «¿Cuál es la prioridad de la Iglesia ahora?». Tras unos segundos de silencio, el monje respondió: «Proclamar el Evangelio. Esa es siempre la prioridad. Y añadiría: proclamar el Evangelio con integridad«.

Muchos se cuestionan: si la misión de la Iglesia precisamente la proclamación del Evangelio, ¿qué hacen estas mujeres encerradas en el silencio de un monasterio? ¿No es una contradicción? ¿Qué sentido tiene que estas mujeres consagren su vida a la contemplación, si lo urgente es evangelizar? ¿No es egoísta? ¿Por qué la clausura? Son preguntas muy serias. Preguntas que hacen temblar a más de una a la hora de tomar una decisión de carácter permanente (porque Dios sigue llamando, sigue suscitando deseos de entrega, aunque deja siempre un espacio sagrado para la libertad…).

Son preguntas que requieren ser respondidas desde la sabiduría del Evangelio y desde la experiencia de san Francisco y santa Clara. Si la prioridad de la Iglesia hoy es «la proclamación del Evangelio con integridad», conviene que no demos nada por supuesto: ¿Qué es el Evangelio? ¿La historia de un hombre bueno, un profeta, un santo? ¿Un ejemplo a seguir? ¿Un manual de buen comportamiento?

Santa Clara y san Francisco lo tienen claro: el Evangelio es una persona, es un amor original, creador, sorprendente, seductor, todopoderoso, que sale a nuestro encuentro bajo la forma de un pobre que mendiga nuestro afecto: Jesús de Nazaret. De esta certeza brota «el elemento peculiar del carisma de la Orden de Santa Clara», que consiste en observar «la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo». (Cf. Const, 32 )

Una monja clarisa

En el encuentro con esa pobreza radical de Cristo descubre una monja clarisa el por qué de su vida entera, y la conduce directamente a las entrañas de la Iglesia, es decir: a la eucaristía, al lugar donde la Iglesia se convierte en «madre». Eso es en definitiva una clarisa: una mujer que, por gracia, se convierte en esposa, madre y hermana del Señor, y entonces ofrece su vida como «apoyo a los miembros vacilantes del cuerpo inefable del Señor». (Cf. Santa Clara, Carta I a Santa Inés de Praga y Const. 12, 2 )

Con esta potencia escondida proclama el Evangelio una monja clarisa. Yo me pregunto: ¿Existe, precisamente hoy, una proclamación más audaz y elocuente, una proclamación más íntegra, del Evangelio? ¿Existe un anuncio más nítido de la primacía total de este amor de Dios «sorprendente y gratuito»? Hoy se nos ofrece un testimonio claro y diáfano…

¡Qué regalo, sor Nazaret! ¡Qué grande es Dios! Y qué preciosidad la vocación que te ha regalado, y que le regala a toda la Iglesia (especialmente aquí, en Mallorca): cuando el mundo amenaza ruina, el Señor nos sigue regalando madres, que en el silencio de la clausura son como las columnas que sostienen el edificio, madres que dan vida, madres que velan por el bien de sus hijos.

Desde hoy y para siempre, el Señor te ha elegido, te ha preferido, te ha seducido. Y Él es fiel. Vuelve una y otra vez a este amor original, el amor del origen, para perseverar. Déjate sorprender todos los días por este Jesús pobre, que hace nuevas todas las cosas. «A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra». Esos hijos somos todos los que, desde ahora, nos acogemos a tu oración, que es la oración poderosa de una esposa de Cristo.

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