La vocación a la vida contemplativa es un regalo de Dios a una persona que quiere centrar toda su vida en Jesús.
Cada uno es llamado a hacer algo en su vida. Si una persona decide ponerse al servicio de una causa más importante que sus solas preferencias personales, se dice que responde a una vocación.
La vocación es una cierta manera de vivir la vida, comprenderla y ordenarla como un servicio. Pero la llamada- origen de la vocación- no emana de la persona. Esta sólo puede recibirla y aceptarla libremente.
La vocación es ser llamado, ser llamado por y ser llamado para. Esto requiere una escucha, una respuesta.
Para los cristianos, la llamada viene de Dios, de la Palabra de Cristo que invita a seguirle ya ser testigos en el mundo y en la historia. Todo cristiano- por su bautismo- está llamado a hacer de su vida una respuesta y un servicio.
¡La vocación es un privilegio!
De todos los estados de vida que hay en la Iglesia, la vocación de la vida contemplativa es sin duda la más especial. El propio origen de los monasterios marca la radicalidad de esta opción, que surgió a partir del siglo IV cuando el cristianismo dejó de estar perseguido. Entonces el martirio era considerado casi «la autentificación de la fe». Esa forma de concebirlo empujó a las comunidades cristianas a buscar otras maneras de dar la vida, dando lugar a las primeras colonias de eremitas, cuyo estilo de vida era llamado la «martiria blanca».