Ahora me encuentro en el Monasterio de Santa Marta de Córdoba. Aquí no poseo la visibilidad ancha de Castilla, ni la alta de Sierra Morena. Pero un trozo de cielo, la belleza de estos claustros y la música del silencio me invitan a mirar hacia dentro de mí misma. Dios nos espera en nuestro propio corazón, donde nace cada día.
Por Sor María de Gracia
Monja jerónima
Monasterio de Santa Marta de Córdoba
Cuando yo vivía en Castilla gozaba al extender la mirada y abarcar el panorama a muchos kilómetros de distancia
Después fui trasladada a otro monasterio situado en un valle de Sierra Morena donde las montañas me impedían ver más allá.
La necesidad de grandes horizontes me obligó a levantar los ojos al cielo y me fascinaron los paisajes cambiantes de las nubes.
Las estrellas, con su silenciosa elocuencia, me hablaban del Creador: “El cielo proclama la obra de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos”. (Sal 18).
Y desde arriba aprendí a valorar las cosas de abajo de una forma nueva y real.
Ahora me encuentro en el Monasterio de Santa Marta de Córdoba. Aquí no poseo la visibilidad ancha de Castilla, ni la alta de Sierra Morena.
Pero un trozo de cielo, la belleza de estos claustros y la música del silencio me invitan a mirar hacia dentro de mí misma.
Con mirada sencilla y de la mano de María la madre de Jesús, paso a mi corazón y me asombro ante este espacio interior inabarcable.
Paseo por mi historia y me convenzo de que “El Señor sostiene mi vida” (Sal 53). Recuerdo los sufrimientos vividos y constato que “En el aprieto me ha dado anchura” (Sal 4) el Dios que nos mira, por eso voy creciendo integralmente.
Me siento cómoda en mi mundo interior y libre hacia fuera.
Solo necesito que los hermanos descubran la riqueza incalculable que Dios ha derramado en cada uno de nosotros y vivamos de ella.
Asumiendo humildemente nuestra realidad descubriremos que Dios nos espera en nuestro propio corazón, donde nace cada día.