En la localidad de Loeches hay dos conventos mirándose uno al otro, uno imponente y deshabitado en el que yacen los restos del Conde-Duque de Olivares además de los de todos los duques y duquesas de la casa de Alba. En frente, una construcción de ladrillo muy sencilla; El Convento de San Ignacio Mártir y de la Madre de Dios de las Carmelitas Descalzas.
Famosas por sus mermeladas, no sabía que realizaban otro tipo de labores…
La Hermana siempre ha sido una excelente bordadora, delicada y detallista, su aguja ha volado sobre telas múltiples dando siempre pequeñas puntadas con mucho amor.
Unas veces los bordados presentaban más dificultades, no sólo por el dibujo a realizar, sino también por la calidad de los tejidos, pero nunca le desanimó, era su oficio y la manera de colaborar en el mantenimiento de SU convento. Además, hacer cuadritos de cuna y Evangelios para los recién nacidos, era el primer paso para acercar a éstos a la Virgen.
Los años han ido pasando, y ella sigue borda que te borda los modelos de antaño, que tan bien conocen sus dedos.
El paso del tiempo ha cambiado los usos sociales, las costumbres, y la moda se transforma vertiginosamente. Hoy en día es difícil vender artesanía de esas características.
Una voz impertinente le recuerda esa circunstancia a la Madre, ¿qué sentido tiene dedicar tiempo y esfuerzo a algo que casi no se puede vender? Y la Madre, sin pensárselo dos veces, con una leve sonrisa responde: es una caridad hacia la Hermana.
Este detalle de cariño me llegó al alma, hoy en día es tan fácil hacer que una persona se sienta inútil… pero la verdadera caridad se entiende queriendo a cada uno como es, en sus circunstancias, en su tiempo, en el tramo que está recorriendo de su vida.
Cada comunidad es una familia y como tal, cada uno tiene su lugar y es amado por sí mismo; conceptos como la eficacia y la utilidad, quedan fuera del vocabulario… amar con el Amor de Dios, eso es lo que importa.