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Un relevo con sabor a Eternidad en el Carmelo de Santiago

Los Carmelitas Contemplativos comparten en esta crónica monástica el testimonio de su llegada a Santiago de Compostela donde han sido enviados para custodiar el Carmelo fundado en el siglo XVIII por la madre María Antonia de Jesús.

Carmelitas Contemplativos
Santiago de Compostela

¡Alabado sea Jesucristo! 

Han pasado pocos días desde nuestra llegada a Santiago de Compostela y en realidad las palabras pueden quedarse cortas para todas las experiencias que, como comunidad, hemos vivido. 

Muchas personas piensan que esta historia comienza a escribirse desde el 9 de marzo, día en que inauguramos nuestra presencia en este hermoso lugar y en el que despedimos a nuestras madres Carmelitas Descalzas; pero no es así. El relato de esta fundación comienza en Colombia, en el momento en que los fundadores recibimos la bendición de nuestros hermanos de comunidad, con la que nos enviaban a esta misión. 

No es fácil dejar el lugar en el que ha crecido tu vocación, no es sencillo separarse de los hermanos con los que te has formado, con los que has crecido espiritualmente, y sobre todo, con los que has construido un carisma, una experiencia, un modo de vida. Pero sin duda alguna, es el Señor quien faculta el alma para asumir sus designios, en palabras de San Pablo:  «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13) . Es así, como en medio de incertidumbres humanas, pero certezas Divinas, inició nuestra aventura a tierras gallegas. 

Los aeropuertos, el agotamiento, el cambio de horario… no fueron impedimento para conservar nuestra alegría, para cantar nuestras canciones en medio del ir y venir de las personas y para sacar espacios de oración (recordando así) nuestra vocación monástica. Fue en medio de todo esto, como llegamos a nuestro nuevo hogar, al Monasterio de Nuestra Señora del Carmen. 

El encuentro con nuestras madres, estuvo revestido de una gran alegría, la cual se prolongó durante ocho días en los que con paciencia fuimos recibiendo el Monasterio, los oficios y las pequeñeces que, aunque pueden parecer poco importantes, son fundamentales a la hora de sostener, no solo una obra física, sino toda la obra espiritual de este Carmelo. Hubo momentos para todo: el trabajo, el compartir, las sonrisas, la oración, el silencio e incluso las lágrimas que en algunos momentos fueron protagonistas. 

Lo vivido el pasado 8 de marzo, queremos recordarlo, no como un día desgarrador y triste, sino, como un día en el que ambas comunidades dimos un paso más en nuestro camino hacia el Cielo. 

Desde algunos meses atrás definimos el itinerario de la celebración, en la que nuestras madres se despedirían y en la que nosotros fundaríamos nuestra presencia en Santiago de Compostela. Me atrevo a decir, que toda la planeación se quedó corta, porque el amor nuevamente rompió las expectativas terrenales. 

El Templo estaba a rebosar: los amigos del Monasterio, el clero diocesano encabezados por nuestro Arzobispo, Mons. Francisco José Prieto, los laicos que viajaron desde Colombia y de otras partes del mundo para acompañarnos en este paso tan significativo, la representación que enviaron las comunidades de clausura de Santiago de Compostela y que fueron sombra durante toda la celebración en el coro para nuestras madres; a su vez, todas las personas y Monasterios que desde la virtualidad se hicieron presentes. Esta compañía, esta muestra de amor, esta incondicionalidad, hizo nuestro yugo llevadero y nuestra carga ligera (Mt 11, 30). 

La celebración comenzó con un conmovedor canto de las hermanas, quienes marcaron el inicio de un momento inolvidable para todos los presentes:

Desbordo de gozo con el Señor,

porque me ha vestido con un traje de gala;

y me ha envuelto como esposa

en un manto de triunfo.

Estas fueron las “palabras calladas” con las que exteriorizaron lo que sentían en sus corazones y la confianza con la que daban este paso. 

Custodiar la memoria de santidad del Carmelo

Seguido a esto, Mons. Francisco José nos mostró de manera sencilla la misión que, como carmelitas, tendremos en este lugar: “custodiar la memoria de oración, de contemplación y hospitalidad, al fin de cuentas, de santidad” . Un itinerario que va más allá de custodiar una obra física y que trasciende a la esencia de nuestro carisma como monjes Carmelitas Contemplativos. 

Con el fin de no hacer este relato extenuante, finalizo relatando losmomentos que quedarán grabados en nuestros corazones:

La salida de la clausura de las madres, con la que le muestran al mundo la virtud del desprendimiento “no atesoréis tesoros en la tierra… Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban” (Mt 6, 20); la entrega de las llaves del Monasterio al Prior de la comunidad, signo profético con el que nos heredan toda una tradición carmelitana, y el ingreso por la puerta reglar de los hermanos fundadores al Monasterio, con el que sellamos las palabras de nuestro himno:

 “Quiero vivir, siendo obsequio de Jesucristo,

quiero caminar en Santidad por el amor…”

Momentos de gran conmoción, pero en los que al unísono, como nuestro santo padre Juan de la Cruz, decíamos: 

“Todo para ti, nada para mí”. 

San Juan de la Cruz

Uno de nuestros hermanos en su relato de lo vivido aquel día, nos regala el punto final para este testimonio: 

Ha sido una experiencia inolvidable. Uno de esos capítulos de la historia se ha escrito ese día. Creo yo, que es un suceso maravilloso que Dios ve con buenos ojos, pues ambas comunidades, las Carmelitas Descalzas y nosotros, Carmelitas Contemplativos, damos un paso en fe, y seguros de que hacemos la voluntad del Señor.

Para ellas y para nosotros, ¡buen camino!


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